No existe político que no tenga un grado de populista, como no existe periodista que no busque influir en la opinión pública. La relación entre políticos y periodistas es por definición conflictiva, porque cuando ésta se da en términos armoniosos algo no marcha bien.
Demasiada cercanía con el poder puede captar —seducir— al periodista y caer en la trampa del discurso político. Si enfrente tiene a un líder carismático —populista— querido por la gente, el periodista se ve inmerso en un dilema: por un lado es objeto de ataques de los seguidores del gobernante cuando sus informaciones exhiben las incongruencias discursivas, por otro, termina siendo parte del juego político de los opositores al radicalizar sus propias posturas que se ven reflejadas en sus reportes noticiosos. Al convertirse en un seguidor o un opositor al régimen, el periodista incurre en la parcialidad; ambos casos representan una pérdida en el balance informativo, en detrimento del derecho de la ciudadanía de contar con información que le ayude a construir su propia opinión sobre los asuntos públicos.
Los periodistas ya no son la única fuente de información, sino una más de las que pululan en la red, pero deberían ser las fuentes más confiables con las que cuente el público, sin embargo, no siempre es así.
No es gratuito que a los ojos de los ciudadanos algunos periodistas son vistos con recelo, como parte de la misma élite que ejerce el poder, alejados de las preocupaciones de la gente. ¿Cómo es esto posible? La proliferación de medios digitales, la socialización de la información en redes sociales, incluso antes de que aparezcan en los medios tradicionales, la comunicación directa de los gobernantes con los ciudadanos mediante el uso las plataformas digitales, el surgimiento de nuevos actores convertidos en líderes de opinión —los llamados youtubers, blogueros o influencers— contribuyen a generar estas percepciones negativas, acrecentadas por los escándalos en los que se han visto envueltos periodistas, opinadores, o medios de comunicación que tergiversan la información para favorecer o denostar a algún actor político.
El 75% de las personas considera que nunca es aceptable que los medios informativos favorezcan a algún partido político cuando reportan noticias, de acuerdo con la encuesta del Pew Research Center realizada en 2018 en 38 países, incluido México. Según el mismo estudio, el 44% piensa que los medios de comunicación no reportan óptimamente las diferentes posturas políticas en los temas noticiosos. La gente quiere información imparcial y, contrario a lo que se piensa, el público sí reconoce cuando un medio de comunicación o periodista informa tendenciosamente. Paradójicamente, el público no siempre es tan analítico cuando se trata de identificar noticias falsas, que incluso han sido reportadas por algunos medios, lo que refleja una falla en la práctica profesional para verificar los hechos. No obstante, siguen siendo los medios tradicionales los que generan mayor confianza.
El periodista ya no goza de la misma reputación de antaño, y los medios de comunicación tradicionales son vistos como parte del viejo orden informativo, el que determinaba los temas de la agenda noticiosa en las mesas de redacción. Hoy el centro informativo más poderoso es Facebook o mejor dicho, la información que más se viraliza en las plataformas digitales. Y en tono de broma se dice que el medio que mejor cubre las noticias en directo es Whatsapp. A nivel mundial el servicio de mensajería crece vertiginosamente como el espacio donde más se comparten noticias, de acuerdo con el estudio Digital News Report de la agencia Reuters. Uno de los más prestigiados medios de comunicación en el Reino Unido, la BBC, define sus coberturas periodísticas del día siguiendo los temas que son trending topic en Google.
La profesión se ha transformado. El modelo del periodismo impreso y de la comunicación masiva que se estudiaba en las universidades ha desaparecido. Hablar de nuevos medios ya no explica nada. En su lugar se estudian los medios tradicionales, aquellos nacidos en la era preinternet, y los medios nativos digitales. No queda claro si los planes de estudio se han actualizado al ritmo que avanzan los hábitos del consumo informativo digital. En algunos casos se ha optado en definitiva por desaparecer la carrera de periodismo y crear una más abarcante: comunicación. Los jóvenes ya no se identifican como periodistas porque ello reduce sus posibilidades de encontrar trabajo. Un estudio de la red LinkedIn reveló que ahora los profesionales se identifican como “creadores de contenido”, “social media manager” o “community managers”.
Bajo este ecosistema informativo, los periodistas deben enfrentar todo tipo de adversidades. Se ven atacados por varios frentes: la precarización de sus fuentes de trabajo, asumen más funciones pero se reducen sus salarios. La crisis de los medios ha implicado despidos para ahorrar costos operativos, o en el peor de los casos se cierran espacios informativos. Para colmo, los periodistas enfrentan la desconfianza del público, en parte promovida por los mismos actores a quienes les conviene tener una prensa dócil: los populistas.
Cuando se habla de populismo y periodismo se dice mucho pero se explica poco, por ello es indispensable entender los conceptos.
No es lo mismo hablar de un régimen populista, que de un político que utiliza el populismo para llegar al poder, pero una vez instalado en la silla lo hace a un lado.
En el caso del periodismo es indispensable identificar las prácticas deontológicas que nos ayuden diferenciar la información noticiosa de la propagandística, o del pseudoperiodismo que abunda en la era de las redes sociales. Saber cuáles son las buenas y malas prácticas periodísticas nos permite entender y discriminar las diferentes agendas políticas que cada actor pone en juego en el espacio público con el fin de influir en la ciudadanía o en el pueblo, según el argot en boga.
¿Qué es el populismo?
La ola populista ha dado la vuelta a todo el globo. Líderes de derecha e izquierda, liberales y conservadores, han ganado elecciones gracias a que han sabido canalizar las frustraciones y el enojo de la gente contra un sistema económico que ha fallado en construir sociedades más igualitarias.
Los líderes populistas han sabido diagnosticar los problemas que más importan al ciudadano común, de ahí su éxito como figuras carismáticas, sin embargo, en la promesa de poner los intereses de la gente antes que los de las élites ofrecen soluciones simplistas, pero la democracia es compleja.
¿Quién busca un gobierno por, para y con el pueblo? ¿Quién puede asegurar que sabe lo que la gente quiere y piensa? ¿Quién puede afirmar que existe una sola voluntad popular? Los populistas.
El populismo proviene de la palabra latina populous, que significa»pueblo». El American Heritage Dictionary define el populismo como «Una filosofía política que apoya los derechos y el poder de las personas en su lucha contra la élite privilegiada”.
El diccionario Oxford refiere que un populista es “una persona, especialmente un político, que se esfuerza por atraer a las personas comunes que sienten que sus preocupaciones son ignoradas por los grupos de élite establecidos”.
La lógica del populismo plantea el escenario político en términos de una moral política pura, nacionalista, y en contra de las élites consideradas corruptas.
«Los populistas suponen que `la gente´ puede hablar con una sola voz y emitir un mandato imperativo que les dice a los políticos exactamente lo que tienen que hacer en el gobierno», considera el politólogo alemán, Jan-Werner Muller, en su libro ¿Qué es el populismo?
Pero el autor advierte que la “voluntad popular es una fantasía”, debilita la rendición de cuentas, ya que el líder populista alega que hace lo que la gente quiere, y si algo no sale bien no es del todo su responsabilidad, es el mandato popular. Por el contrario, el concepto del libre mandato, derivado del sistema representativo, refiere que las decisiones del gobernante no son un imperativo popular, sino que son su responsabilidad y es libre de usar su criterio para gobernar. Puede incluso adoptar medidas impopulares. El criterio del pueblo sólo existe en el discurso.
A los populistas no les gustan los intermediarios, continua Muller, por ello buscan establecer sus propios canales de comunicación con la gente. En este sentido, suelen acusar a los periodistas y medios de comunicación que no le son afines, como distorsionadores de la realidad política.
«El populismo no es una estrategia de movilización que apela a la gente; emplea un tipo de lenguaje muy específico. Los populistas no solo critican a las élites; también afirman que ellos y solo ellos representan al pueblo», refiere Muller.
Cuando llegan al poder, los líderes populistas se siguen presentando como las víctimas de un sistema corrupto y mantienen un discurso que polariza a la opinión pública, como si aún estuvieran en campaña electoral. La política se presenta en términos de “ellos”, los que no representan al pueblo, y “nosotros”, quienes seguimos la voluntad popular.
Además, expone Muller, “algunos populistas tuvieron la suerte de contar con recursos disponibles libremente para participar en el clientelismo masivo e incluso construir clases enteras para apoyar a sus regímenes. ” Es decir, mantienen el apoyo de la ciudadanía gracias a los programas sociales.
Por otro lado, el autor sostiene que los líderes populistas no están en contra de la democracia, por el riesgo que representa el ser vistos como autoritarios y perder el reconocimiento de la comunidad internacional, sin embargo, utilizan su poder para ejercer presión y transformar las instituciones a modo de sus intereses.
“Si bien los populistas a menudo piden referendos, estos ejercicios no tratan de iniciar procesos abiertos de formación de voluntad democrática entre los ciudadanos. Los populistas simplemente desean confirmar en lo ellos ya han determinado que será la voluntad de la gente», concluye el politólogo alemán.
Stephen J. A. Ward, investigador de ética periodística de la Universidad de de British Columbia, en su libro “Ethical Journalism in a Populist Age, define el populismo en cinco ideas principales:
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Amor al pueblo. Ward utiliza la palabra amor en un sentido psicológico para expresar que es una convicción cargada de emociones, ya que el populismo no es solo un principio lógico para ganar el consentimiento intelectual, sino el emocional.
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Se afirma la soberanía del pueblo. El populismo considera que el pueblo es la fuente última de validez política.
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Antielitismo. La soberanía popular es afirmada contra los individuos o grupos que ponen sus propios intereses por delante de los del pueblo.
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Competencia de clases. La necesidad de proteger la soberanía popular contra las elites normalmente supone una rivalidad entre las clases sociales.
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Populismo no es igual a democracia. La defensa del pueblo no es idéntica a la defensa de la democracia. De hecho, algunos populistas han criticado o rechazado al sistema democrático. En estos términos, Ward, coincide en que el populismo ve la realidad política en términos simplistas. Es fácil decir el “poder para el pueblo”, pero se debe decidir cómo estructurar la política diaria para hacer que la soberanía popular sea real, justa y efectiva; y que los ciudadanos participen regularmente en los procesos democráticos.
Periodismo frente al populismo y el nuevo orden informativo
Internet ha contribuido a democratizar el panorama mediático, sobretodo en aquellas sociedades donde no existen democracias consolidadas. Más voces en internet se traducen en más información y más circulación de contenidos.
Con gran entusiasmo se recibió la presencia de periodistas ciudadanos. En la red prácticamente cualquiera puede abrir su propio medio de comunicación e incluso hay casos en los que medios alternativos compiten con los medios de mayor prestigio. Este es el escenario ideal para lograr sociedades más y mejor informadas. Pero en este idílico panorama algo salió mal.
Los actores políticos descubrieron la facilidad que representa internet, en particular las redes sociales, para diseminar rumores e informaciones falsas con el fin de manipular a la opinión pública. A ello se suma el uso de programas automatizados conocidos como bots para falsear apoyos, la contratación de trolls profesionales dedicados a publicar en diversos foros comentarios agresivos para desviar la atención de los temas y acallar a las voces críticas, la producción de contenidos con técnicas periodísticas, pero que no observan las reglas éticas del oficio, ni mucho menos verifican la información que se difunde. Todas son prácticas constantes del ecosistema informativo digital en el que los periodistas deben trabajar. La información periodística de calidad compite con la viralización de información tendenciosa.
La esfera pública digital, lejos de ser un espacio para el debate, se ha convertido en un lugar donde relucen los enconos, resentimientos sociales y la hostilidad contra quien piensa diferente.
Los comentarios en las redes sociales nos dividen y deshumanizan, de acuerdo con el estudio de las universidades de Berkeley, Chicago y California. Los investigadores sostienen que cuando alguien publica un comentario en redes sociales, otra persona responderá de forma negativa y alguien más continuará la crítica hasta formar una cadena de comentarios agresivos. En cambio, cuando el debate se da en entornos cara a cara o se da voz a la opinión que se lee en redes sociales, las personas suelen ser menos agresivas e incluso son más propensas a considerar los argumentos con los que no coinciden.
“Ahora muchas personas reciben la mayoría de sus noticias de las redes sociales. Esto puede ser deshumanizante y puede aumentar la polarización. Es fácil imaginar cómo esto podría volverse cíclico; deshumanización que conduce a una mayor polarización que conduce a más deshumanización», sostiene Julian Schroeder una de las investigadoras responsables del estudio.
El problema se agudiza cuando son los periodistas quienes sostienen estas diferencias que deshumanizan. Sin darse cuenta, los profesionales de la información también caen en la polarización que promueven los líderes populistas, principalmente en las redes sociales.
En el plano ideal, el periodismo debería estar comprometido con los hechos que reporta, no con los actores sobre quienes se reporta, siguiendo la máxima: “el comentario es libre, pero los hechos son sagrados”. No por ello el periodista debe renunciar a sus convicciones, ni dejar de expresar libremente sus puntos de vista. La objetividad total no existe. Desde el momento en que se escribe un titular ya existe un juicio subjetivo. No obstante, las posturas deben quedar claramente expuestas ante los ojos del público. Evitar confundir información con opinión en observancia de la responsabilidad social con las audiencias.
El periodismo es un acto político y los periodistas también son actores políticos porque sus informaciones influyen en el juego del poder, según los conceptos de Manuel Buendía, uno de los más prestigiados periodistas mexicanos de la segunda mitad del Siglo XX, quien fue asesinado por su labor en desentrañar los nexos del narcotráfico con el gobierno.
Buendía tenía claro que la libertad de prensa no implica una libertad irrestricta.
“Cada vez que pronunciemos inflamados discursos de ocasión, deberíamos recordar y decir que no tenemos libertad para mentir, calumniar, injuriar, desinformar o hacer armas contra los intereses populares».
“Ya es tiempo de que abiertamente se diga que la sociedad no tiene por qué apoyar a periodistas que han desertado de sus deberes esenciales y de sus compromisos frente a la misma sociedad, cuya inteligencia ofenden con un producto generalmente de baja calidad y cuyo sentido de justicia violentan con la calumnia, la injuria, la extorsión y la grosera alabanza bajo estipendio”.
Buendía escribió estas ideas en el marco de la conmemoración 32 del Día de la Libertad de Prensa para hacer una crítica al gremio. Él identificaba a aquellos que no eran periodistas, pero que se presentaban como tales porque eran los dueños de algún medio de comunicación. Su ánimo era ganar dinero y poder, más que construir una empresa periodística. Las palabras del periodista michoacano cobran vigencia como un recordatorio de la responsabilidad de quienes ejercen la profesión de informar.
En la era de los populismos, hoy más que nunca las sociedades requieren de periodistas comprometidos con su oficio.
Al respecto son pertinentes algunas reflexiones:
- Pensar el trabajo del periodista bajo el concepto del comunicador social.
- Los periodistas deben ser claros sobre cuál es el origen de su financiamiento, para evitar la desconfianza, y ser objeto de ataques y descalificaciones.
- Deben transparentar las relaciones con sus fuentes, que no es lo mismo que revelar sus fuentes. Es decir, si una fuente es tal o realmente está pagando por una cobertura periodística.
- Proporcionar información precisa, oportuna, contextualizada y verificada.
- Explicar mejor los hechos. Ya no importa ser los primeros en reportar, sino ser los que mejor reportan. Difícilmente se podrá ganar la nota a la velocidad con la que se viralizan las informaciones en las redes sociales.
- Contrastar los datos ante los discursos demagógicos.
- No caer en provocaciones de quienes comentan negativamente en internet.
- Evitar ser parte de la noticia. Que el trabajo periodístico hable por sí mismo.
- Escuchar al ciudadano común, sin caer en la credulidad de todo lo que se dice.
Cualquiera puede ser youtuber o bloguero pero no cualquiera puede ser periodista. No es por el hecho de estudiar periodismo, infinidad de profesionales cursaron otra carrera, pero se hicieron periodistas en la práctica. La diferencia entre unos y otros radica en observar y ejercer las reglas éticas del oficio que aplican para todos, sin importar la filiación política.
Como sociedad debemos arropar el trabajo de los periodistas, son actores clave en el proceso democrático. No son los enemigos del pueblo, sino sus mejores aliados.
Fuentes:
Buendía, Manuel (1996) Ejercicio Periodístico. Tercera Edición. México: Fundación Manuel Buendía.
Muller, Jan-Werner (2016) What Is Populism?. Estados Unidos. Prensa de la Universidad de Pensilvania.
Ward, Stephen J,A. (2019) Ethical Journalism in a Populist Age The Democratically Engaged Journalist. Estados Unidos: The Rowman & Littlefield Publishing Group, Inc.